El capitalismo se basa en la libertad del
individuo y de las empresas para realizar intercambios de carácter privado en
base al consumo, a la oferta y la demanda. Por ello, la situación del mercado
es equivalente a la de la sociedad. Si una entra en crisis, la otra también,
porque hemos edificado nuestro modo de vida en esta forma de actuar, pensar y, sobre
todo, consumir.
La historia de la burbuja que se hincha y se
hincha en periodos de abundancia y que luego explota para dar paso a la pobreza
y desesperación, es la piedra con a que, una y otra vez a lo largo de la
historia reciente, nos vamos tropezando. Desde el crac de la bolsa de Nueva
York hasta la crisis del 2008. La volatilidad del capitalismo, la facilidad de
una montaña rusa (sin tener nada que ver con el comunismo soviético, por
supuesto) para subir y bajar constantemente. Las largas colas del paro y el
auge de los comedores sociales van casi siempre precedidos de un crecimiento
incontrolado en un corto periodo de tiempo, en vez de asegurarse con un
crecimiento escaso, pero durante años y años.
El capitalismo es igual al riesgo, por lo que las
crisis y las alegrías estarán siempre en alternancia. Y, como en un casino,
quién no apuesta, no gana. Y tan pronto se celebran sendas victorias con
champán, como se suicida uno desde lo alto de un ático, tanto en Las Vegas como en Wall Street.
No hay comentarios:
Publicar un comentario