Resulta difícil pensar que un par de hombres
elegantemente vestidos y repeinados, situados en extremos opuestos del mundo
fueran capaces de destruir todo lo que la humanidad ha construido a lo largo de
todos los años de su existencia.
La posibilidad, la capacidad física es innegable.
El botón, lamentablemente, existe. Ahora bien, ¿es capaz una persona, da igual
ideología, fulminar toda su moral y destruir de un pepinazo la civilización?
¿Qué inspiraría a un dirigente a hacer esto?
Está claro que una nación en su conjunto no
permite la afrenta de potencias ajenas gratuitamente. La defensa del propio
país es algo casi incuestionable. Si uno de los dos bandos se pasaba de la
raya, el otro no se quedaría de brazos cruzados. Es casi lógico pensar en ello.
Cientos de guerras se han sucedido a lo largo de
la historia, algunas más catastróficas que otras, algunas pudieron ser
evitadas, otras acabaron en el punto de salida. Pero lo que podía haber
ocurrido significaba la aniquilación prácticamente total. "No sé cómo será
la Tercera Guerra Mundial, pero sí la Cuarta; con piedras y palos" fue el
pronóstico de Einstein.
Permítanme ser escéptico. Me cuesta pensar que
nadie sea capaz, nadie tenga la poca cordura o la poca cabeza, de pulsar un
botón a sabiendas de que se destruirá a si mismo. Un harakiri por orgullo, una
insensatez extrema. Las guerras se suceden sin afectar a los dirigentes,
siempre por beneficio de ellos. Ahora bien: si la mayoría de civiles mueren, y
poniendo como ejemplo a la actualidad, Trump tendría que abandonar su retrete
de oro y ponerse a cultivar tierra radioactiva. Y no le veo, oye.
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